«El desajuste del mundo» de Amin Maalouf
En principio, un libro que lleva en la solapa el nombre de Maalouf lleva casi implícita una garantía de que dentro se va a encontrar algo interesante. Descubrí al autor hace algunos años con Los jardines de luz, auténtico tratado contra la intolerancia religiosa y, desde ese momento, no he dejado de leer lo que ha caído en mis manos de este autor. León el Africano es una novela en la que, si se busca una comparación, habría que retroceder hasta Sinuhé el Egipcio de Mika Waltari, Identidades asesinas es un pequeño libro en el que Maalouf argumenta con una extraordinaria lucidez contra los nacionalismos y podríamos seguir con Samarkanda o con el libro en que muestra el punto de vista árabe sobre las Cruzadas…siempre se va a encontrar en Maalouf a un pensador original que aporta una nueva luz sobre los temas que toca.
El desajuste del mundo no es una excepción a esta regla y, tal vez por ser su último libro recientemente aparecido, lo que dice tiene una relevancia excepcional porque se refiere a nuestro mundo tal como está configurado hoy y las contradicciones y conflictos de carácter general.
Es difícil comprender cómo piensa Maalouf si no se sabe de dónde viene y, sobre todo, qué es lo que ha hecho con su personal patrimonio biográfico. Maalouf nació en Líbano en 1949 pero vive en Francia desde 1975, es decir, en este momento lleva viviendo en Francia más de la mitad de su vida. Hasta aquí, nada especialmente original y su biografía podría tener puntos de contacto con la ex-candidata socialista Segolène Royal e incluso con algunos terroristas islámicos. Más aún, los que provocaron los atentados de Londres habían nacido ya allí. Sin embargo, con esa herencia de exiliado compartida con muchos que han evolucionado de muy distintas formas, Maalouf ha hecho algo muy poco frecuente:
En primer lugar, se resiste a ser catalogado de libanés, francés o medio libanés y medio francés. En Identidades asesinas Maalouf utiliza como ejemplo su propio caso y afirma que tiene una identidad única compuesta de la totalidad de experiencias que ha vivido y que no renuncia a ninguna de ellas. No está dispuesto a desprenderse a una parte de sí mismo en nombre de una fidelidad a la otra parte sino que él mismo es un producto de ambas. Sería interesante que esta lección fuera aprendida por muchos nacionalistas.
En segundo lugar, rechaza el relativismo y un «respeto a las culturas» mal entendido, en nombre del cual lo que no es aceptable aquí puede ser aceptado como una peculiaridad en otro lugar. Los siguientes textos, tomados de su libro son bastante claros al respecto:
Nuestra época le brinda a Occidente la oportunidad de restaurar su credibilidad ética, no dándose golpes de pecho, no abriéndose a «toda la miseria del mundo» ni transigiendo con valores importados de otros lugares sino, antes bien, siendo por fin fiel a sus propios valores, respetuoso con la democracia, respetuoso con los derechos humanos, atento a la equidad, a la libertad individual y al laicismo. En sus relaciones con el resto del planeta y, en primer lugar, en sus relaciones con las mujeres y los hombres que escogieron irse a vivir bajo su techo.
Respetar una cultura es propiciar la enseñanza de la lengua en que se funda, es favorecer el conocimiento de su literatura, de sus expresiones teatrales, cinematográficas, musicales, pictóricas, arquitectónicas, artesanales, culinarias, etc. A la inversa, ser complaciente con la tiranía, la opresión, la intolerencia o el sistema de castas, con los matrimonios concertados, la ablación, los crímenes «de honor» o el sometimiento de las mujeres, ser complacientes con la incompetencia, con la incuria, con el nepotismo o con la corrupción generalizada, con la xenofobia o el racismo, so pretexto de que proceden de otra cultura diferente, eso no es respeto, opino yo, es desprecio encubierto, es un comportamiento de «apartheid», aunque se haga con las mejores intenciones del mundo.
Éstos son, por tanto, los puntos de partida de Amin Maalouf y es entendiéndolos como es posible entender el conjunto de su obra en general y, en particular, este último libro suyo.
Aunque no es éste el único tema del libro, quizás el más relevante y al que más espacio dedica es al enfrentamiento Oriente-Occidente, con especial atención a los países islámicos, y cuenta desde una perspectiva muy infrecuente cómo se ha ido gestando esa situación y por qué no vale hablar de enfrentamientos milenarios ni de «peculiaridades del Islam» como explicación.
El punto de partida es el hecho de que cada uno se sumerge en su propia interpretación de los hechos y, desde su modelo interpretativo, consigue que todos los hechos tengan coherencia haciendo que no tenga el menor interés en conocer el punto de vista de la otra parte. Referido este principio al conflicto de Irak, Maalouf lo expresa de esta forma:
Si aceptamos, por ejemplo, el postulado según el cual la calamidad de nuestra época es la «barbarie del mundo musulmán», fijarse en lo que pasa en Irak no puede sino reforzar esa impresión…si, en cambio, adoptamos como axioma el «cinismo de Occidente», los acontecimientos tienen una explicación no menos coherente: como preludio, un embargo que sumió en la miseria a todo un pueblo y costó la vida a cientos de miles de niños sin que al dictador le faltasen nunca los puros; luego, una invasión cuya decisión se tomó arguyendo pretextos falsos y haciendo caso omiso de la opinión y de las instituciones internacionales y cuyo móvil, al menos en parte, fue la voluntad de hacerse con los recursos petrolíferos; inmediatamente después de la victoria estadounidense, el ejército iraquí y los órganos del Estado quedan disueltos a toda prisa y de forma arbitraria y se instaura explícitamente el comunitarismo en el seno de las instituciones, como si se hubiera elegido de forma deliberada la opción de sumir al país en una inestabilidad permanente…Para mí, son ciertos ambos puntos de vista y son falsos ambos. Cada uno de ellos gira en su órbita, ante su público que los entiende con medias palabras y no oye el punto de vista del adversario.
Partiendo de aquí, Maalouf comienza a analizar acontecimientos históricos pero, en contra de las frecuentes opiniones sobre enemistades milenarias e irreconciliables, Maalouf comienza su relato aproximadamente hacia la mitad del siglo pasado y puede encontrarse una perfecta coherencia sin necesidad de recurrir a acontecimientos anteriores. De hecho, comienza con el reconocimiento de que en los primeros momentos del Islam, judíos y cristianos eran reconocidos como gentes del Libro y, por tanto, aunque no eran considerados propios sí eran considerados cercanos. El progresivo corte de puentes y la conversión del Islam en un mecanismo de poder cada vez más rígido es relativamente reciente:
Algunos libros publicados en El Cairo en la década de 1930 están ahora prohibidos porque se los considera impíos; algunos debates que se celebraron en Bagdag en el siglo IX, en presencia del califa abasí, acerca de la índole del Corán, serían inconcebibles en nuestros días en cualquier ciudad musulmana, incluso en el recinto de una universidad.
Las críticas de Maalouf a Occidente no son, por tanto, por imponer sus valores sino precisamente por no hacerlo. Valores como la libertad o la igualdad son de tipo universal y no pueden estar sujetos a interpretaciones o peculiaridades culturales. En su relación con otros países, estos valores no han sido utilizados sino que, como señala Maalouf, han sido las elites de estos países las que los han utilizado en contra del dominador occidental. No obstante, como señala en el siguiente párrafo, la conducta occidental no sirve como excusa para todo:
Volvamos al ejemplo que tenemos constantemente ante los ojos en la actualidad, el Irak. Estoy convencido de que el comportamiento errático de los ocupantes americanos ha contribuido al hecho de que ese país se hundiera en la violencia comunitarista; estaría dispuesto a admitir, aunque tamaño cinismo me parezca monstruoso, que algunos aprendices de brujo de Washington y de otros lugares hayan podido beneficiarse de ese baño de sangre. Pero cuando un militante sunní se pone al volante de un camión bomba para saltar por los aires en un mercado al que acuden familias chiíes y a ese asesino algunos predicadores fanáticos lo llaman «resistente», «héroe» y «mártir», de nada vale ya acusar a «los otros»: es el propio mundo árabe el que tiene que hacer examen de conciencia. ¿Qué combate está peleando? ¿Qué valores defiende aún? ¿Qué sentido le está dando a sus creencias?
Las sucesivas humillaciones árabes primero a mano de los imperios coloniales y, más tarde, a manos del recién creado Israel darían lugar a una especie de nihilismo en los aspectos político y como civilización y esto sería lo que acabaría por crear otro tipo de legitimismo no político ni relativo a la cultura árabe sino basada en la religión como nexo común. Una vez que la religión fue utilizada como nexo, su evolución hacia un mayor extremismo era esperable y ha llevado a un conjunto de países a un callejón sin salida.
Cuando dirige su mirada hacia el lado occidental, Maalouf no sólo toca la evolución de los países emergentes sino que centra su análisis en el papel de Estados Unidos y su dudosa legitimidad. La duda sobre la legitimidad norteamericana no la refiere al funcionamiento del modelo democrático norteamericano sino a que, debido a su relevancia política y militar, un 5% de los habitantes del planeta eligen a alguien cuyas decisiones van a afectar gravemente al 100% de esos habitantes.
Estados Unidos, como potencia única, se encuentra también en su particular callejón sin salida. La utilización de una política de fuerza no hará sino mantener viva la llama del odio y alimentar la situación tal como se presenta en la actualidad; por otra parte, una política de apaciguamiento puede llevar en lugar de hacia el agradecimiento a una pérdida de respeto. En este sentido, comenta Maalouf el caso del presidente Carter y los nefastos resultados de su política de «aflojar la mano» en un momento en que el régimen iraní estaba derivando hacia un extremismo cada vez mayor.
El otro callejón sin salida es para Maalouf el que se ha puesto de manifiesto con la aún no resuelta crisis financiera y que hundiría sus raíces en la caída de la Unión Soviética haciendo que el modelo económico no tuviera que defenderse sino que fuera ya único. Este otro desajuste lo refleja en estos términos:
No es vergonzoso hacer dinero…pero eso de que el dinero esté completamente desconectado de cualquier tipo de producción, de cualquier esfuerzo físico o intelectual, de cualquier actividad de utilidad social…Eso de que nuestras bolsas se conviertan en casinos gigantescos en donde el destino de cientos de millones de personas, ricas o pobres, se decida en una tirada de dados…Eso de que nuestras instituciones financieras más venerables acaben comportándose como unos gamberros borrachos…Eso de que los ahorros de toda una vida de trabaj0 puedan esfumarse o multiplicarse por treinta en pocos segundos por procedimientos esotéricos que ni siquiera los banqueros entienden ya…Se trata de un trastorno grave cuyas implicaciones van mucho más allá del ámbito de las finanzas o de la economía. Porque podríamos preguntarnos, en vista de las cosas que suceden, por qué la gente va a seguir trabajando honradamente; por qué un joven va a querer hacerse profesor en vez de traficante; y cómo va a ser posible, en un entorno ético así, transmitir conocimientos, transmitir ideales; cómo va a ser posible conservar mínimamente el tejido social necesario para que sobrevivan todas esas cosas tan esenciales y tan frágiles que se llaman libertad, democracia, felicidad, progreso o civilización.
Se podrían multiplicar las citas literales pero posiblemente las que ya van incluidas y el comentario que las acompaña basten para hacerse una idea de un libro cuya lectura es muy recomendable para cualquier interesado en el mundo que le rodea. Aprovecho, no obstante, para hacer una reflexión y una recomendación últimas:
Amin Maalouf utiliza una forma de análisis que recuerda mucho a otro magnífico autor francés, Jean François Revel, autor de El conocimiento inútil, uno de los análisis más brutales y más certeros del último cuarto de siglo. Sin embargo, la diferencia es que Revel, liberal a ultranza, lanzaba sus dardos sobre todo contra la Unión Soviética, países satélites y todo tipo de dictaduras, en general. Maalouf toma como punto de partida la caída de la Unión Soviética y se centra más en el abismo cada vez mayor Oriente-Occidente pero, sin duda, son dos grandes autores que comparten un estilo de análisis.