Quo vadis, China?

Hay países de los que es fácil hacerse una idea tras una visita breve mientras que otros tienen demasiados puntos oscuros y demasiadas cosas que no se entienden a primera vista. Más aún, no es fácil conseguir una muestra representativa. Ejemplo: Cualquiera que visite España, sólo con ir a Madrid y Barcelona habrá visitado los dos puntos en que se agrupa más del 20% de la población española; en el equivalente chino, una visita a dos de sus principales escaparates, Shanghai y Beijing, supondrá menos del 4% de la población total de China. Sólo eso hace que, en el supuesto de que alguien llegase a conocer a la perfección estas dos inmensas ciudades, seguiría teniendo una idea muy limitada sobre qué es China realmente.

Para el neófito, China es una caja de sorpresas. Después de unos trámites bastante engorrosos para los visados, puede esperarse una acogida como mínimo tan «amistosa» como la que se disfruta en algunos de los principales aeropuertos norteamericanos, con mención especial de Miami International donde todo el que llega es sospechoso mientras no demuestre lo contrario. Primer error: A la llegada a Shanghai, desde el momento de desembarcar del avión hasta el momento de estar listo para subirse al MAGLEV el tiempo transcurrido será excepcionalmente corto, haciendo gala de una eficiencia tranquila y con detalles como botones para reflejar la satisfacción del servicio de la persona que inspecciona los pasaportes. Difícil imaginar algo parecido en Europa y menos aún en Estados Unidos.

La zona del Pudong, con sus inmensos rascacielos utilizados como anuncios luminosos por la noche, es un espectáculo que deja a Nueva York con cierto aire pueblerino:

Ciertamente Shanghai no es Tokio con su maravillosa mezcla de tradición y modernidad.  Shanghai parece más un capricho de nuevo rico donde, en una misma acera, pueden encontrarse tiendas de Rolls Royce y de Lamborghini y unos metros más allá encontrar una zona de chabolas a derribar a corto plazo para hacer más sitio para los rascacielos. No es una mezcla de tradición y modernidad sino una mezcla de pobreza y ostentación:

En Shanghai, las motos pequeñas eléctricas -no he visto una sola superbike- cargando a toda una familia u objetos del tamaño más inverosímil comparten el espacio con los coches de lujo y, sin embargo, es una ciudad que respira cordialidad con el visitante y optimismo. Hay unas enormes diferencias pero la gente normal que se encuentra por las calles tiene la experiencia de que cada año ha ido viviendo un poco mejor y eso se nota en el ambiente. Los servicios son excelentes y puede encontrarse incluso una Apple Store en uno de los sitios más exclusivos de Shanghai con precios y servicios perfectamente equiparables a los que se pueden encontrar en Europa o Estados Unidos. Cosa distinta son las tiendas fake donde se pueden encontrar todo tipo de imitaciones, incluyendo las imitaciones de iPhone 4s o las tiendas en las que es posible hacerse un traje a medida en horas y con unos precios y unas calidades inalcanzables en otras latitudes.

En suma, Shanghai es un escaparate muy logrado y una ciudad que se hace agradable para el visitante. Eso sí, basta con alejarse 70 kms. y llegar a Suzhou, conocida como «la Venecia de Oriente» para ver algunos rincones que probablemente se encuentran aún a mucha distancia de la «China profunda» pero, aún así, empiezan a dar una idea distinta a la que representa el escaparate de Shanghai.

En contra de lo que nos habían recomendado, decidimos hacer el viaje Shanghai-Beijing en tren de alta velocidad. Acostumbrados a la red de alta velocidad española, siempre hemos apreciado como una de las ventajas el que el tren va de centro a centro de la ciudad. No en Shanghai. La estación de tren, de unas dimensiones inmensas se encuentra justo al lado del aeropuerto. Evidentemente, el MAGLEV nos puede acercar allí en 7 minutos pero no parece una opción especialmente cómoda cuando se va cargado de equipaje en comparación con la posibilidad de salir desde el centro de la ciudad. La inmensidad de la estación contrasta con la escasez de servicios que se puede encontrar allí en cuestiones tan comunes como restauración o lugares de compras. Estación inmensa y moderna pero es un mundo distinto al que se encuentra en el aeropuerto. No está hecha para visitantes.

El tren es otra cosa. Sus algo más de 300 kms./h. permiten la comparación en pie de igualdad con los trenes de alta velocidad europeos y japoneses, sus asientos son anchos y cómodos y el 100% de sus más de 1.300 kms. el tren no circula sobre tierra sino que las vías están construidas sobre columnas y el tren va elevado. Durante el recorrido, además de la habitual oferta de comida y bebida, el tren se limpia varias veces, no sólo recogiendo desperdicio sino, literalmente, fregando el tren mientras circula.

La llegada a Beijing muestra rápidamente que nos encontramos en un lugar distinto y con muchas más huellas del pasado reciente. La estación de tren es mucho más céntrica que en Shanghai pero conseguir un taxi es una aventura incierta. Por añadidura, al contrario que en Shanghai, donde los taxistas simplemente colocan el taxímetro y cobran el importe de la carrera, en Beijing es muy frecuente que el taxista quiera «negociar» el precio y pida 12 euros por recorridos que, con el taxímetro funcionando, pueden salir por debajo de dos euros. Demasiados estafadores en el gremio del taxi y sin esconderse de la policía que, a menudo, estaba a muy pocos metros mientras trataban de perpetrar la estafa.

Beijing, aparte de las grandes avenidas que se parecen al estilo imperial soviético como una gota de agua a otra, tiene su «milla de oro» con tiendas que recuerdan a las vistas en Shanghai pero aparece como una ciudad menos amable para el visitante. La inmensidad de la plaza de Tiananmen y las visitas a la Ciudad Prohibida, a la Gran Muralla, al Palacio de Verano, al Templo del Cielo, al estadio olímpico y otros lugares justifican más que sobradamente una visita a Beijing. Si, además, consiguen recuperar algunos de los hutong  la ciudad ganará un atractivo que, hoy por hoy, está muy por debajo del que tiene su gran competidora Shanghai.

La picaresca es frecuente y, a veces, tiene sus puntos divertidos: En la visita a la muralla, la guía muy solícitamente nos para en una fábrica de jarrones donde nos muestran todo el proceso de fabricación manual. Lo primero que llama la atención es que el número de personas -no más de 15- encaja poco con el tamaño de la tienda incluso aunque estuviesen trabajando 24 horas al día. La respuesta viene de la simple observación de una pieza de cerámica: La pieza tiene grabado un pájaro que, como buena figura hecha a mano, tiene una de las alas ligeramente más ancha que la otra. Sin embargo, en la otra cara de la pieza aparece el mismo pájaro…y exactamente con la misma diferencia lo que elimina la hipótesis de fabricación manual. En otras palabras, tenían allí a unas cuantas personas para hacer creer que era un proceso manual -y poner en la tienda unos precios correspondientes a tal proceso manual- cuando los productos vendidos procedían de un proceso industrial realizando Dios sabe dónde y donde el guía se llevaba su comisión sobre las ventas a los turistas. Escenas parecidas se repitieron varias veces en el viaje. Beijing también tiene sus tiendas fake donde el regateo es una práctica habitual y dar un consejo sobre hasta dónde bajar los precios es absurdo porque, en ese caso, cambiarán su primera oferta.

Lo más aconsejable es plantarse en una cantidad ligeramente inferior a la que se está dispuesto a pagar y, sólo al final, llegar a esa cantidad y no apearse de ahí bajo ninguna circunstancia. Mi récord particular está en haber pagado un 7% de la «oferta» inicial, lo cual tiene escaso mérito teniendo en cuenta que por una reproducción razonablemente buena de un reloj Omega me llegaron a pedir nada menos que 360 euros. Ofrecer 20 puede parecer casi ofensivo pero el vendedor irá reduciendo en un 50% cada vez y jurará y perjurará que ya pierde dinero. Sin embargo, bastará con hacerle ver lo absurdo del regate porque las posiciones están muy lejos para que el vendedor pida al comprador una oferta final. Cuando éste insiste en su oferta inicial, simulará desesperación y se acercará mucho más; ése es el momento de hacer la pequeña concesión sabiendo que, si perdieran dinero, no venderían el artículo. Se puede incluso comprar software con sus correspondientes números de serie que, por supuesto, están abrasados y lanzarán todas las alarmas si se permite que la aplicación se comunique con el fabricante. También tomarán como referencia el precio del producto legítimo y, por supuesto, también se debe rechazar de plano y no pasar nunca de los 5 euros por una versión actualizada y con números de serie en la carátula.

Difícil hacerse una idea de cómo es China realmente mediante la observación de 2 escaparates que no representan ni el 5% de la población pero sí que da algunos elementos de reflexión: Las desigualdades visibles son soportables mientras cada uno vaya viendo que cada año vive algo mejor que el anterior pero esto es posible que no ocurra en todas partes. Por otra parte, el ritmo de crecimiento chino está disminuyendo. Si esta tendencia se consolida, las desigualdades visibles pueden hacerse menos soportables y producirse estallidos sociales no sólo en el campo sino incluso en las ciudades-escaparate.

Hasta ahora, los sucesivos gobiernos chinos han demostrado ser unos consumados maestros en el arte del funambulismo. Hong-Kong fue un interesante laboratorio cuando quisieron mantener la situación económica de la ex-colonia británica manteniendo a la vez un sistema político comunista. Las enseñanzas de Hong-Kong les han sido muy útiles, especialmente en Shanghai, pero hay varias preguntas en el horizonte que no son fáciles de responder:

1- ¿Cómo funcionará el modelo chino si los niveles más bajos de crecimiento que ya se están observando se consolidan?

2- ¿Podrá sostenerse el modelo político y social chino en ausencia de crecimiento o con un crecimiento bajo?

3- ¿Estaremos en vísperas del estallido de una burbuja china que deje pequeñas a todas las que hemos vivido estos últimos años?

Sólo el tiempo nos dará las respuestas.

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