«La isla» de Aldous Huxley

«La isla» es la auténtica utopía de Huxley a pesar de ser mucho menos conocida que «Un mundo feliz».

En «Un mundo feliz» Huxley preparó una caricatura señalando hacia dónde se podía dirigir un mundo que no le gustaba. En «La isla» refleja como debería ser un mundo para gustarle y, aunque no tenga un final feliz, todo el desarrollo deja claro eso.

Ambas utopías tienen un curioso punto que resulta común sólo en apariencia y es el uso de drogas para su mantenimiento. En «Un mundo feliz», la droga es el «soma» y está inventado como una forma de provocar artificialmente un estado feliz huyendo de las circunstancias externas.

En «La isla» vuelve a hacer su aparición la droga pero está hablando de algo distinto, es decir, de algo que no está para tapar sino, al contrario, para revelar como deja de manifiesto el que se pregunte a quienes la han tomado qué van a hacer con sus visiones y sus sensaciones una vez que haya pasado el efecto.

No hace falta ser muy versado en el tema para identificar la droga de que habla Huxley: El LSD, ácido lisérgico o simplemente «ácido», definido recientemente por Sánchez Dragó en un artículo con la palabra «enteógeno» que, al parecer, significa la capacidad para hacer aparecer manifestaciones divinas.

Huxley fue un personaje que, además de particularmente inteligente, era un pensador de gran profundidad en temas religiosos y filosóficos (Véase el post referido al libro «Sobre la divinidad» aquí mismo) y, al escribir una utopía, se ve libre de la necesidad de seguir un discurso de corte racionalista donde cada paso debe ir debidamente justificado.

No sé qué hizo Huxley con el LSD o el LSD con Huxley; acaso le sirvió para profundizar aún más en un agnosticismo militante que está muy lejos de ser un mero ateísmo con pretensiones cultas. Una frase de «La isla» resume la posición de Huxley de la forma más sintética imaginable: «Danos la fé y líbranos de las creencias».

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