«Economía humanista» de José Luis Sampedro
Comenzaré por admitir que me encuentro a la mitad del libro y que, por tanto, no lo he terminado ni tengo intención de hacerlo. Alguien podría preguntar si no sabía lo que compraba y tengo que decir que creía que sí lo sabía. He ido aguantando esperando que en algún momento se ocultaría un tesoro que justificaría la compra y la gota que colmó el vaso fue la comparación de Cuba con Suiza y Dinamarca; en la comparación señalaba como Cuba, a pesar de tener un sistema totalmente distinto, era capaz de afrontar los problemas que estaba teniendo en Sudamérica e incluso en África…ni un solo comentario acerca del sistema ni del género de problemas a que se refiere.
No esperaba encontrarme en José Luis Sampedro propuestas de economía liberal, es más, precisamente lo compré por eso. Después de haber leído bastante sobre el tema, creía que un autor que escribe bien y que ha sido catedrático de economía daría, seguramente, unos puntos de vista mejor fundados que los clichés al uso y que, por ello, sus razones para proponer un modelo económico distinto serían más sólidas. Me equivoqué.
Scott Adams enuncia el principio de Dilbert diciendo que «todos somos imbéciles. Afortunadamente no todos lo somos al mismo tiempo ni para las mismas cosas» y, basado en ese principio, en el de que José Luis Sampedro no podía ser imbécil en temas económicos, compré el libro que hoy aparco sin terminar.
Empecemos por el hecho de que el libro es una estafa editorial del tipo que últimamente está produciendo todo tipo de autores de éxito: Encuadernan un conjunto de artículos o de conferencias, en este caso algunas de hace más de cincuenta años, y lo venden como libro aunque, lógicamente, carezcan de todo tipo de unidad argumental.
En este caso, también es cierto que el hecho de enlatar conferencias de hace muchos años muestra que Sampedro como profeta no puede decirse que haya funcionado ya que ahora estamos viendo los efectos de algunas de las cosas que proponía. Un ejemplo:
Lo imprescindible y urgente es mejorar el grado de participación regional en las decisiones nacionales y, por supuesto, el de la participación popular en la propia región, sobre todo cuando las decisiones globales afectan especialmente a la región. En otras palabras, hay que ir a un poder estatal que represente auténticamente los intereses marginados, así como a un poder regional igualmente representativo y con representación suficiente para poder defender sus intereses en los conflictos con otras regiones.
En este momento, con un país convertido en un conjunto de taifas regionales ávidas de presupuesto, es fácil contemplar dónde conducen los deseos que expresaba José Luis Sampedro.
Una crítica al Nobel concedido a Friedman, como representante del liberalismo económico, le define a él mismo mucho más de lo que podría suponerse antes de empezar el libro: Es un premio al admirable talento inútil con que estudia las hojas quien es ciego para el bosque. Y se pierde en él, claro.
Cuenta la vieja idea del reparto que representa con la distribución dentro de una pajarera y cómo el mercado no es capaz de generar un reparto justo, aunque tampoco nos dice nada sobre cómo garantizar la justicia por parte del repartidor oficial y considera que el mercado es la ley de la selva. Recuerda mucho a los»expertos» que utilizan la situación rusa tras el desmembramiento de la Unión Soviética como prueba de que el mercado libre no funciona y, con intención o sin ella, no reparan en que libertad de mercado y toma del mercado por una serie de mafias no tienen nada que ver.
Un mercado libre -parece ignorar Sampedro- se basa en garantizar la transparencia y, recogiendo su ejemplo de la pajarera, en que nadie pueda poner barreras dentro de ella a su conveniencia sino que éstas son movidas a voluntad por los distintos actores dentro de ella.
Cuenta, en este sentido, un caso del reparto de ingresos dentro de un barco de pesca y cómo el armador recibe una cantidad de dinero desproporcionada en relación con la recibida por los pescadores. De acuerdo ¿y cómo lo arregla? ¿Limita los beneficios del armador? En tal caso, el incentivo para ser armador será más bajo y habrá gente que quedará en desempleo. La receta de un mercado libre sería muy sencilla: No voy a admitir ninguna barrera que impida a cualquiera convertirse en armador y, por tanto, los armadores no van a constituir nunca un club cerrado. Si eso se garantiza, a partir de ahí, se irán corrigiendo las situaciones de desequilibrio. No contempla Sampedro esa solución; prefiere la intervención del comisario político o económico.
En resumen, una decepción completa y una recomendación negativa.
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