Tiempos interesantes para la política española

La reelección de Zapatero el pasado 9 de marzo ha dado lugar a un escenario no demasiado halagüeño ni para vencedores ni para vencidos.

Si algo ha demostrado Zapatero en la campaña electoral es ser un gran vendedor y manejar bien los tiempos: Hasta el mismo día de las elecciones, se estuvo negando la existencia de una crisis que estaba ya mostrando sus feas orejas, especialmente en lo que se refiere al sector inmobiliario, se procuró aplazar a después de las elecciones sentencias incómodas como las esperadas relativas al Estatuto de Cataluña y se consiguió que la negociación con ETA al margen del pacto entre los dos grandes partidos no pasase una factura elevada.

Al vencer en las elecciones, aparece un punto positivo para Zapatero: Nadie puede dudar de su legitimidad en el puesto ni llamarle, como hizo en su momento el WallStreet Journal, «presidente por accidente». Sin embargo, junto con este punto positivo, está el hecho de que ya es materialmente imposible aplazar cuatro años más todos los temas pendientes, crisis incluida, que necesariamente le van a caer encima.

Se da incluso la circunstancia de que una de sus primeras medidas de gobierno consistió en la anulación del Plan Hidrológico aprobado por el Gobierno del PP, por el cual las comunidades valenciana y murciana, ambas gobernadas por el PP, recibían agua de la desembocadura del Ebro. Se anuló dicho plan afirmando que eran más viables las desaladoras pero, cuando llega una situación de seria carencia de agua en Barcelona…se cantan las excelencias de los trasvases y deja más la certeza que la duda acerca de si la oposición se debía a los trasvases en sí o a que las zonas beneficiadas estuvieran gobernadas por sus adversarios.

Ha habido una seria oposición a la energía nuclear que, en este momento, provee el 23% de las necesidades de energía eléctrica en España. Una de las ocho centrales en activo debería cerrar el próximo 2009. Si se cumple con ese plazo, se agravará el déficit energético y, probablemente, se generará un problema con el aliado nacionalista vasco ya que la central a cerrar -Santa María de Garoña- está en el límite del País Vasco que es, principalmente, quien recibe la electricidad. De hecho, Garoña se construyó en sustitución de Lemóniz, central que iba a estar situada dentro del País Vasco y a la que ETA se opuso de la única manera que siempre ha sabido, es decir, con el tiro en la nuca a uno de sus ingenieros, José María Ryan. La empresa constructora, viendo que no podría proteger a toda la gente que trabajase en la central, abandonó el proyecto y de ese abandono nació Garoña.

Si no se cumple con el cierre, se puede repetir el episodio de los trasvases y acabar diciendo «donde dije digo digo Diego» y, tal vez, fuera lo más sensato. Al fin y al cabo, se le compra electricidad a Francia, cuyo porcentaje de energía nuclear no es del 23% sino del 70%, y, teniendo un cliente asegurado, Francia podría llenar de centrales nucleares el Pirineo francés haciendo negocio y dejando vacíos de sentido los supuestos contenidos ecológicos de la célebre moratoria nuclear.

Esto en cuanto al Gobierno. En la oposición las aguas no bajan más claras. Las autofelicitaciones del equipo del líder de la oposición, Mariano Rajoy, por el número de votos recibidos no han podido ocultar el simple hecho de que han perdido las elecciones.

Aparecen dentro del PP, partido que cuenta con 700.000 militantes, serias divisiones sobre cuál es la línea a seguir. Rajoy, después de algunas conductas que se interpretaron como tentación de dimisión, decidió enrocarse y darle carácter formal al nombramiento de personas muy cercanas que, aunque no tuvieran un poder formal, siempre habían estado en la «cocina» sin que esta situación fuera del agrado de muchos de los principales dirigentes.

Para muchos, a casi cuatro años de las elecciones, Rajoy es un líder amortizado. Sin embargo, en el caso de que fuera así, no tiene fácil la sucesión. Las personas de que se ha rodeado en su nuevo equipo no tienen peso ni en el PP ni en la política en general como para pensar en una posible sucesión y los malpensados podrían decir que precisamente por eso están ahí. La «vieja guardia» es difícil que tome el relevo y eso deja pocas opciones de cara al próximo congreso previsto para junio.

Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón, presidenta de la Comunidad de Madrid y alcalde de Madrid respectivamente, tienen una fuerte ambición y están totalmente enemistados pero ninguno de los dos es diputado y resultaría muy difícil ejercer la oposición desde fuera del Congreso de los Diputados.

Los dos personajes, con trayectorias y modos de hacer casi opuestos, nos van a dar grandes tardes de diversión en los tiempos venideros.

Alberto Ruiz-Gallardón, hijo de José María Ruiz-Gallardón, notable del partido en los tiempos de Fraga puede decirse que heredó la posición de su padre a la diestra del patriarca; más tarde, fue presidente de la Comunidad de Madrid en una trifulca constante con el entonces alcalde del que heredó también la posición y las malas lenguas dicen que ahora intenta heredar a Rajoy, si es posible, sin pasar por el molesto trámite de una elección interna, ya que no goza de grandes simpatías en el PP. 

Esperanza Aguirre procede de la política municipal, fue ministra y presidenta del Senado y, en la actualidad, es la presidenta de la Comunidad de Madrid. Cuando Ruiz-Gallardón quiso preparar la maniobra de la herencia y solicitó, sin dejar la alcaldía de Madrid, ser diputado se encontró de frente con Esperanza Aguirre. No era una situación nueva ya que también se la encontró cuando quiso ser presidente del PP en Madrid y su testaferro cosechó unos resultados de 93 a 7 (en contra, naturalmente).

Políticamente, se sitúa a Aguirre a la derecha y a Ruiz-Gallardón en el centro; sin embargo, Aguirre, en lo que podría ser un primer movimiento orientado a la sucesión, pronunció un interesante discurso:

http://joanmesquida.wordpress.com/2008/04/08/discurso-de-esperanza-aguirre/

 En el discurso puede verse que plantea una derecha liberal, en la que lleva muchos años, y busca plantar batalla ideológica. Ruiz-Gallardón es exactamente lo contrario. Entró en política como mano derecha de Fraga, ex-ministro de Franco, y el «centro» que defiende no tiene ningún contenido ideológico sino que parece referirse al mantenimiento de unas formas externas más o menos melifluas.

Poco tiene de extraño que ambos choquen con frecuencia y que, además, a menudo sus choques sean públicos para regocijo del respetable.

Rodrigo Rato, en su día sucesor de Aznar alternativo a Rajoy, está teóricamente fuera de la política y, por eso mismo, tampoco es diputado. Sus preferencias, sin duda, pueden pesar pero él mismo está descartado como alternativa a la presidencia de su partido.

No parece, de momento, que se vean más opciones en la oposición que un Mariano Rajoy dando tumbos a casi cuatro años de las elecciones. Sólo una crisis nacional extrema que pudiera justificar una moción de censura parece que podría facilitar el relevo de Rajoy y la entrada de otras figuras ya que las principales lo tienen muy difícil tanto por su situación dentro como fuera del partido.

Por otra parte, el PP tiene ya una amarga experiencia en esto de las mociones de censura. Durante el efímero liderazgo de Hernández Mancha, que tampoco era diputado, la única forma que tuvo de aparecer en el Congreso fue presentando una moción de censura contra Adolfo Suárez.

Además de no salir, la tal moción dio lugar a uno de los episodios más chuscos que ha habido en el Congreso cuando Hernández Mancha «improvisó» un absurdo ripio basado en la estrofa «¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?…» que atribuyó a Lope de Vega, siendo de Santa Teresa de Ávila, paisana de Adolfo Suárez quien pudo permitirse una respuesta demoledora.

Al menos, ya que les pagamos a unos y a otros, disfrutemos con el espectáculo. Eso sí, un circo que sólo tiene payasos y malabaristas se acaba haciendo aburrido.

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