Estado y Gobierno: Dos conceptos distintos que las propagandas gubernamentales usan como sinónimos

Galbraith decía que la mayor amenaza para la democracia es la ignorancia. Los integrismos y los caudillismos, tanto los ya existentes como los que aspiran a serlo, certifican que efectivamente es así.

Solo gracias a la ignorancia puede explicarse la permanencia en el puesto de algunos jefes de gobierno. Tal vez, precisamente por no ser ignorantes, los chilenos fueron capaces de recuperar la que era, antes de Pinochet, la democracia más antigua de Sudamérica.

Cuando Pinochet organizó un plebiscito para perpetuarse en el poder,  los chilenos fueron capaces de sobreponerse a años de propaganda e impedir la maniobra. En su excelente libro sobre el poder -Power- que creo no se tradujo al español, Bertrand Russell señalaba como la propaganda y la repetición machacona de mensajes pueden superponerse a una realidad.

Hace falta mucha madurez para que una maniobra como ésa no funcione y esa madurez implica la existencia de una cultura política, no adoctrinamiento, presente en una sociedad crítica frente al Gobierno, a todos los Gobiernos de cualquier color.

Una manifestación propagandística que llevamos viendo, al menos en España, desde hace bastantes años es precisamente la confusión entre Estado y Gobierno. La confusión se lleva incluso a los asuntos más triviales como, por ejemplo, cuando se anuncia que el cambio de un vehículo de determinada antigüedad lleva una ayuda del Gobierno.

No, señores; salvo que el presidente, el ministro de turno o el Consejo de Ministros hagan una colecta y se saquen el dinero del bolsillo, las ayudas son aprobadas por el Gobierno pero no son del Gobierno sino del Estado.

En otros asuntos mucho menos triviales, persiste esa misma e interesada confusión. Por ejemplo ¿la política antiterrorista es de Gobierno o es de Estado? No se trata de discutir del sexo de los ángeles sino de algo mucho más pegado a tierra y es el de los papeles a asumir por Gobierno y oposición.

En las políticas de Gobierno, es esperable que la oposición plantee alternativas y críticas, no por sistema sino cuando entienda que así corresponde porque las medidas adoptadas se oponen a su propio ideario.

En las políticas de Estado, es deseable que Gobierno y oposición vayan juntos pero…cuando no es así, ningún Gobierno puede exigir un cheque en blanco a la oposición ni ninguna oposición va a aceptar una posición subordinada respecto del Gobierno.

Una vez hecha esa aclaracion, volvamos a la pregunta inicial: ¿La política antiterrorista es de Gobierno o de Estado? Podríamos añadir alguna más como, por ejemplo, la relativa a la política territorial.

Es frecuente que, desde los Gobiernos, se utilice la propaganda y, en la mejor tradición orwelliana, se produzca el fenómeno de doblepensar:

El fenómeno se manifestaría de la forma siguiente: Como las políticas señaladas son de Estado, se puede acusar a la oposición de deslealtad por actuar como si fueran políticas de Gobierno y practicar una oposición sistemática. Al mismo tiempo, al confundir interesadamente Gobierno y Estado, un Gobierno puede tratar políticas de Estado como si fueran de Gobierno asumiendo un protagonismo que no le corresponde. En otros términos, actuar en temas de Estado como si fueran de Gobierno pero responder a las críticas como si se estuviera criticando al Estado y exigiendo subordinación.

¿No recuerda esto a la vieja milonga de los nacionalistas que, cuando alguien les critica, rápidamente se envuelven en su bandera y cuentan que atacan a…catalanes, vascos, gallegos…? ¿qué más da? La confusión de vasco con nacionalista vasco, catalán con nacionalista catalán, etc. es precisamente su provisión de oxígeno, oxígeno que se les cortaría en el momento en que la ignorancia estuviera un poco menos extendida de lo que está.

La confusión de Gobierno y Estado, tanto si es por ignorancia como si es por afán propagandístico, tiene consecuencias negativas y debe ser evitada siempre. Galbraith tenía razón y ése es uno de los múltiples ámbitos por donde se nos puede colar la propaganda.

En las políticas de Gobierno, es admisible y esperable la crítica; en las de Estado, es esperable el acuerdo y, cuando éste no se produce, no se puede asumir de oficio que la deslealtad o la irresponsabilidad están del lado de la oposición porque no es así.

En políticas de Estado no valen ni los rodillos parlamentarios ni los caudillismos, diga lo que diga la propaganda. Peces Barba, en la época en que se estaba redactando la Constitución Española, decía que en materia constitucional, las victorias pírricas no son buenas. Tal vez, como hace mucho tiempo, se le haya olvidado que decía esto para finales de los setenta pero no sólo es cierto sino extensible a toda política de Estado en general.

Ahora que hay tanta preocupación por la educación en valores, etc. ¿qué tal si se incluyese este tema en el programa para inmunizar frente a propagandas gubernamentales o aspirantes a caudillos?

Insisto, por evitar que este comentario se atribuya a una persona en exclusiva, en que me da igual el color; todavía estoy esperando a ver si Sarkozy lleva algo debajo o es otro aspirante a caudillo igual pero de signo contrario.

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