Lecciones que la historia nos repite

Para muchos el nombre «noche de los cuchillos largos» será algo parecido a una película de terror pero fue algo muy distinto: Fue el momento en que la parte más disciplinada de las hordas de Hitler liquidó a la parte más vocinglera, matona e indisciplinada de esas mismas tropas, es decir, la noche en que las siniestras SS decapitaron a las indisciplinadas SA.

Las SA o camisas pardas habían sido utilizadas por Hitler como una forma de implantar el poder real a través del matonismo consentido desde el poder político. Sin embargo, para conseguir eso, habían tenido que utilizar a gente de un determinado perfil -matones- fáciles de excitar por un descontento más que justificado y utilizar esa excitación en favor propio. Cuando los excesos de esa peña llegaron a poner en riesgo los objetivos de alcanzar el poder, simplemente fueron barridos por otros que estaban dispuestos a comportarse como un ejército presto a cumplir las órdenes -fueran éstas las que fueran- de su amo.

Una experiencia parecida se repitió en Irán donde las masivas y justificadas protestas contra el régimen del Sha serían rentabilizadas. El apoyo masivo y desordenado sirvió para traer una dictadura teocrática aún peor que aquélla a la que derribó y, por supuesto, todos aquellos que creían estar luchando por salir de una dictadura se encontraron, en el mejor de los casos, metidos en otra peor. Muchos de ellos simplemente fueron liquidados.

Aún más recientemente tenemos la mal llamada «primavera árabe» donde las rebeliones -nuevamente justificadas- contra el poder han traído en sitios como Libia o Egipto situaciones aún peor que las que contribuyeron a finalizar.

La historia es, pues, generosa en lecciones para evitarnos caer una y otra vez en el mismo error. El 15M -del que hoy se cumplirían casi cinco años puesto que la «M» es de mayo y no de marzo- podría dibujar una situación parecida: Protestas justificadas rentabilizadas por alguien de quien, a la vista de su conducta anterior y sus acompañantes, no cabe esperar una mejora de la situación sino la demostración fehaciente de que siempre hay un infierno peor.

Naturalmente, esto no puede ser una excusa para renunciar a cualquier tipo de acción porque las cosas podrían ser aún peores pero sí una razón para que no sigamos ciegamente al que enarbole la bandera de la crítica porque tal vez nos quiera llevar a un sitio peor que el que denuncia pero donde el abanderado tenga los resortes del poder en su mano.

Incluso los que se quieren presentar como «nuevos» tienen un pasado que, en muchos casos, es más que suficiente para apartarse de ellos lo más lejos posible. Es cierto que no podemos aceptar la corrupción como un estado natural de las cosas pero es igualmente cierto que no podemos esperar solución por parte de quienes aparecen como críticos pero, al mismo tiempo, muestran ser tan corruptos como aquéllos a los que denuncian y, además, sus modelos de acción se asemejan demasiado a nazismo, comunismo, fascismo y tantos otros «ismos» de infausta memoria.

Quizás más que un salvador que agite una bandera, lo que se necesita es exigir que se respeten las reglas de un funcionamiento democrático de la sociedad porque, si se hace así, no tendremos la garantía de un buen gobierno pero sí la de poder librarnos de uno malo, corrupto o ambas cosas.

Cualquier país puede soportar un mal gobierno siempre que tenga un mecanismo claro para quitárselo pronto de encima. Por eso, cuando se presentan situaciones límite no podemos caer en desastres ya vistos siguiendo al oportunista de turno sino que es el momento de olvidarse de las diferencias coyunturales -impuestos directos o indirectos, preferencia por lo público o por lo privado, intervención directa del Estado o permitir que la sociedad se autorregule…- e ir a los puntos básicos de regeneración democrática.

Si en lugar de esto se opta por dar primacía a los más ruidosos de la tribu, en lugar de regenerar la situación, veremos una vez más repetido el episodio de los «camisas pardas» sin otra perspectiva que la de verlos sustituidos por otros aún más salvajes que ellos, como ha ocurrido varias veces en la historia reciente.

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