Profesionales de la política
Nadie retrató tan bien en la época actual al profesional de la política -de cualquier partido- como el fundador del Partido Comunista Italiano, Antonio Gramsci: Su idea de intelectual orgánico por la cual los argumentos debían encontrarse siempre al servicio de una causa y en la que la veracidad y los principios eran meros accidentes está hoy más presente que nunca. En la Grecia clásica también existía el modelo y entonces no se les llamaba intelectuales orgánicos sino sofistas , capaces de defender un argumento y el contrario como ejercicio o en función de la conveniencia de cada momento.
¿Volveremos en alguna ocasión a la Política con mayúsculas? Todos los gobiernos, pasados y presente, se han nutrido de los llamados «puestos de confianza», es decir, de personas en las que la fidelidad era más valorada que la competencia. Si en alguna cosa fue innovador Zapatero fue en darle una vuelta de tuerca a ese principio, rodeándose de personajes que no le hicieran sombra -cosa que ya tenía su dificultad- y garantizándose su fidelidad precisamente porque sabían que en ningún otro lugar iban a encontrar un chollo remotamente parecido.
No es un fenómeno exclusivo del PSOE zapateril. Los demás partidos y, por supuesto, sus primos políticos los sindicatos mayoritarios se han contagiado del virus y se han llenado de profesionales para los que el ejercicio político no era una renuncia temporal a una profesión sino, muy al contrario, una profesión de la que tratan de extraer el máximo jugo posible y en la que esperan permanecer hasta alcanzar una jubilación dorada.
Mientras no se acabe con esta plaga, poca recuperación real podemos esperar. La dialéctica entre recortes e incentivos, además de utilizar argumentos trucados, no deja de ser algo así como la fábula de los dos conejos discutiendo si los perros que venían a cazarlos eran galgos o podencos. La profesionalidad es deseable en muchos ámbitos pero en la política no. En la política, la profesionalidad es un cáncer del sistema.