Valores y pragmatismo en la gestión política: Crónicas de «Muymuylejano».

Un partido político importante del país  Muymuylejano decide que su principal objetivo es alcanzar el poder y, una vez que lo tenga en su mano, llega el momento de poner en marcha sus programas de acción. Su acción está dirigida por el más puro pragmatismo al pensar que, si no consigue el poder, no tendrá posibilidades de conseguir una sociedad dirigida por sus valores y, por tanto, entiende que es mejor aparcar discretamente los valores en favor de la pura búsqueda del poder.

Como consecuencia, dirige su acción a buscar los caminos de menos resistencia. Está utilizando un modelo de gestión del cambio que, hace años, fue presentado por el profesor de Harvard, Michael Beer y continúa siendo uno de los mejores modelos en este terreno. Beer recomienda no afrontar directamente las resistencias sino ir rodeándolas de forma que el proceso de cambio vaya adquiriendo fuerza y reservarse para el momento en que se esté en condiciones de vencer las resistencias que aún no hayan desaparecido. Los aprendices de brujo de nuestro partido han decidido que ésa es la línea correcta y se aplican a ella con esmero.

Nuestros aprendices de brujo también saben que, en el ámbito empresarial, el modelo de cambio de Beer es probablemente mucho mejor que otros modelos mucho más directos como la reingeniería pero tal vez han adoptado para el ámbito político de forma demasiado acrítica el modelo:

Sentarse a ver pasar el cadáver del enemigo implica el riesgo de que, si no se miden bien los tiempos y sobre todo los apoyos, el cadáver que pase primero acabe siendo el propio. La opción pragmática implica rehuir el enfrentamiento y dar un paso atrás cada vez que se produzca una situación en la que ese enfrentamiento parece inevitable. Cuanto más bochornosa sea la situación, más crece la desconfianza de los propios y, aunque si los adversarios son suficientemente ineptos, dejarlos es una forma de permitir que se vayan desgastando ellos solos, rehuir el enfrentamiento desgasta también al que sigue esa línea.

Los viejos partidos marxistas funcionaban con la lógica de «cuanto peor, mejor» como forma de provocar una revolución para hacerse con el poder. Sin embargo, el ciudadano no politizado y que pensaba en salir del infierno presente en lugar de soñar con el paraíso futuro puede hacerse varias preguntas razonables:

  1. ¿Por qué has permitido ese nivel de deterioro?
  2. ¿Qué garantías tengo de que, en caso de que llegues al poder, mantendrás los valores que dices defender cuando no lo has hecho cuando no estabas en el poder?
  3. Si, una vez en el poder, continúas con el camino de menos resistencia ¿no permitirás que el poder real lo tengan tus adversarios?
  4. En ese camino de menos resistencia ¿te has quitado de encima a personas que no estaban de acuerdo con él y pretendían actuar de acuerdo con unos valores?
  5. ¿Has dado ejemplo o has permitido conductas corruptas en tus allegados porque no te podías permitir el lujo de perderlos?
  6. En suma, si llegas al poder ¿qué garantías tengo de que tu única finalidad no será mantenerte en él y seguirás ignorando los valores de referencia de tu organización?
Cuando se tiene un adversario suficientemente torpe, hay que esperar que éste pierda apoyos rápidamente pero la línea de menos resistencia -muy adecuada casi siempre en gestión empresarial- puede hacer que quien la practica también pierda los apoyos que considera propios, es decir, puede haber un número creciente de personas que no se sientan representadas por las acciones de la que, en condiciones normales, sería su opción política. Incluso en el ámbito empresarial, la reingeniería ha sido causa de numerosos fracasos pero también se ha considerado que es la única posibilidad en situaciones de crisis extrema, es decir, si no hay tiempo para bordear las resistencias y las circunstancias invitan a afrontarlas directamente, hay que hacerlo.
Cuando el pragmatismo de las encuestas y de conseguir el poder se coloca por delante de los propios valores, se puede no excitar las resistencias del lado contrario pero, a la vez, se pierden a gran velocidad apoyos propios, máxime si ha habido operaciones de limpieza en las que se ha procurado quitar de escena a las personas que más pudieran representar esos valores. Los que se consideran propios nunca votarán a un adversario al que desprecian pero podrían dejar de votar también al «político práctico» cuya única finalidad es obtener el poder a costa de renunciar a lo que haga falta: Las primeras renuncias conducen a la desconfianza; las siguientes a un desprecio de magnitud parecida al reservado para el adversario. Al fin y al cabo, al adversario ya le conocían; al propio le consideran un traidor.
Esto es lo que ocurre cuando el pragmatismo invita a dejar de actuar según los propios valores pero, afortunadamente, estas cosas sólo pasan en Muymuylejano.
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