«Cómo aprende el cerebro» de Blakemore y Frith
Aparentemente, éste es un asunto que sólo debería interesar a neurólogos, psiquiatras, psicólogos y otros profesionales de parecido perfil.
Sin embargo, saber cómo aprende el cerebro nos sirve también para saber cómo no aprende y cómo evitar una serie de lugares comunes sobre capacidades o incapacidades para el aprendizaje dependiendo de edades u otras circunstancias.
Blakemore y Frith detallan en un lenguaje sencillo experimentos llevados a cabo usando tecnologías que no llevan mucho tiempo en marcha y que muestran cuáles son las áreas cerebrales que se activan en función de qué es lo que se está haciendo.
Lo primero que muestran es que la idea de que el cerebro es plástico es una realidad llegando a citar ejemplos tan concretos como que los taxistas de Londres tienen especialmente desarrollada la parte del cerebro vinculada a la inteligencia espacial, parte que identifican precisamente cuando, bajo observación, le piden que calcule mentalmente un trayecto y viendo qué áreas se activan.
No menos curioso es el hecho de que parece darse un principio de compensación por el cual el desarrollo de un área implica una reducción en otras. Como señalan los autores, «si no fuera así, nos estallaría la cabeza».
Sobre qué son capaces de entender los niños, da un interesante repaso a Piaget reformulando sus experimentos, según los cuales es imposible que un niño pequeño tenga el concepto del número o que maneje dos dimensiones simultáneamente. Los autores introducen el concepto de motivación de una forma sumamente sencilla: Donde Piaget ponía canicas, ellos ponen caramelos y se encuentran con que el niño sí aprende cosas que Piaget creía fuera de su alcance. Incluso en bebés de seis meses, se encuentran que ya existe el concepto del número, aunque sea de una forma muy básica.
El libro es muy notable y merece ocupar un lugar en la estantería -después de leído- junto con las obras de Antonio Damasio y el excelente «On Intelligence» de Jeff Hawkins.
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